
Henry Miller, haciendo la distinción entre turistas y viajeros, decía que estos últimos no tenían ningún destino en particular; su destino era alcanzar una nueva manera de ver las cosas. Este libro de viajes es una crónica íntima, con la forma de una colección de textos escritos por un viajero joven y sensible, que desde las primeras páginas confiesa: «Yo viajo porque busco».
En esta búsqueda personal, entre cada partida y cada regreso, su autor va acumulando observaciones y testimonios que fijan circunstancias, lugares y afectos significativos. Las formas son variadas: descripciones detalladas o reflexiones breves, poemas de mediana extensión o concentradas imágenes que recuerdan los haikús. Los textos, agrupados en cinco secciones, dan cuenta del progresivo cambio en la mirada del autor. Al comienzo, la intensidad de la vida se manifiesta con urgencia: «¡No somos más que agua navegando hacia el mar!».
Más adelante, la imagen del mar regresa, pero con un tono más sereno, como único distante de las coplas de Jorge Manrique: «Viajar es entrar por un río sin cauce, sin canales, sin destino».
Entretanto, su viaje se extiende por América, Europa, Asia y Medio Oriente, en un lapso que cubre una década, entre sus 20 y 30 años de edad. Estas experiencias quedan fijadas en textos especialmente logrados como No estoy de acuerdo, Ojos azules y Naturaleza. Las imágenes surgen de una escritura rápida e intensa que rescata los detalles más significativos, como si fueran los objetos imprescindibles que el viajero debe incluir en su equipaje antes de partir.
Chile, su país natal, lo recibe a su regreso con un terremoto y un temporal. Entonces, el viajero comparte con nosotros su conclusión más valiosa: «…noto que la esperanza no se ha acabado… nunca lo hará. El arte y la esperanza quizá sean la misma cosa».
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