
Un joven de Reus, Mariano Perantón Prats, llega a Madrid a mediados del siglo xix rebosante de ganas e ilusión por estudiar, trabajar y vivir. Es la primera gran aventura de su vida como adulto, lejos de casa y con el ánimo de su padre como único equipaje emocional, un padre que junto con su mujer ha hecho esfuerzos por enviar a su hijo a estudiar a la capital, y que le ha entregado una nota para el general Prim, amigo de infancia, donde le pide que eche un cable al recién llegado.
La intención de Mariano es estudiar derecho por las mañanas y escribir para ganar algo y así ayudar a sus padres con su manutención. Gracias a las referencias del general consigue trabajo en el periódico liberal La Iberia, y termina adentrándose tanto en la profesión de periodista y en la ajetreada vida social y política de los círculos intelectuales de la ciudad, que supedita la carrera de derecho a su trabajo como redactor, su verdadera vocación.
El microcosmos de la pensión donde Mariano se instalará nada más llegar, lleno de personajes entrañables que desde el primer momento le reciben con los brazos abiertos, le abrirá las puertas a la amistad y a la posterior vida social de Madrid. Las tertulias en el Café Oriental entre partidarios y detractores de la república, la convulsión que se vive en las calles, su afán por el periodismo, y el descubrimiento del amor, un amor que se llama Mercedes, irán tramando la vida de Mariano, que también sabrá lo que es la cárcel y el exilio.
La sangre de Caín, escrito por Javier Gumiel es la historia del despertar de un joven en la gran ciudad, donde todo se mueve y se decide, donde los cambios que han de afectar a la sociedad entera ocurren; pero es también la crónica de un momento decisivo del devenir de España, relatada con todo detalle de manera que el lector se traslada a esos tiempos, previos a la Revolución, convulsos y apasionantes al mismo tiempo, a las calles de Madrid, a sus cafés, a sus tertulias, y se siente uno más de los personajes que van apareciendo a lo largo de las páginas, que saben a poco una vez se han terminado.
Escrita con prosa tranquila y deliciosa, se lee como se toma un café en uno de los asientos aterciopelados de las cafeterías madrileñas, y se saborea como un manjar de los que se elaboran con artesanía, como los de antaño.
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