
Muchos autores no son conscientes de la importancia que tiene realizar un buen prólogo. Un prólogo es el preliminar de tu historia, es la introducción de tu libro que puede contener datos de tu presentación como autor.
El prólogo tiene tal repercusión, que leyendo el mismo, un lector decide si continúa o no con la lectura. Ésta es la oportunidad para atrapar a los lectores y explicar los motivos por los cuales empezaste a escribir tu obra o, qué aportas diferente y por qué es interesante tu libro. Debe provocar intriga en la mente del lector.
Para su realización puedes redactar una breve reseña, sorprendiendo con detalles originales de tu texto, que facilitará una mejor comprensión y una mayor predisposición a ser leído.
Un prólogo debe mostrar la misión que queremos conseguir con nuestro libro. El objetivo fundamental es brindarle al lector el origen esencial de tu novela sin desvelar el desenlace.
CÓMO CAPTAR LA ATENCIÓN DE NUESTROS LECTORES
PRINCIPIOS QUE DEBES TENER EN CUENTA
1. Proporciona al lector una introducción del personaje principal o una escena representativa de la trama.
2. Procura generar una gran incógnita de tu historia para originar su curiosidad.
3. Realiza un borrador de tu prólogo, revísalo y despréndete de los detalles que no sean imprescindibles.
4. Elabora un prólogo breve y directo.
5. Mantener abierto el final del prólogo.
He aquí un ejemplo de un prólogo brillante (`La conjura de los necios´):
“Quizás el mejor modo de presentar esta novela (que en una tercera lectura me asombra aún más que en la primera) sea explicar mi primer contacto con ella. En 1976, yo daba clases en Loyola y, un buen día, empecé a recibir llamadas telefónicas de una señora desconocida. Lo que me proponía esta señora era absurdo. No se trataba de que ella hubiera escrito un par de capítulos de una novela y quisiera asistir a mis clases. Quería que yo leyera una novela que había escrito su hijo (ya muerto) a principios de la década de 1960. ¿Y por qué iba a querer yo hacer tal cosa?, le pregunté. Porque es una gran novela, me contestó ella.
Con los años, he llegado a ser muy hábil en lo de eludir hacer cosas que no deseo hacer. Y algo que evidentemente no deseaba era tratar con la madre de un novelista muerto; y menos aún leer aquel manuscrito, grande, según ella, y que resultó ser una copia a prpel carbón, apenas legible.
Pero la señora fue tenaz; y, bueno, un buen día se presentó en mi despacho y me entregó el voluminoso manuscrito. Así, pues, no tenía salida; sólo quedaba una esperanza: leer unas cuantas páginas y comprobar que era lo bastante malo como para no tener que seguir leyendo. Normalmente, puedo hacer precisamente esto. En realidad, suele bastar con el primer párrafo. Mi único temor era que esta novela concreta no fuera lo suficientemente mala o fuera lo bastante buena y tuviera que seguir leyendo.
En este caso, seguí leyendo. Y seguí y seguí. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarlo; luego, con un prurito de interés; después con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena. Resistiré la tentación de explicar al lector cuál fue lo primero que me dejó boquiabierto, qué me hizo sonreír, reír a carcajadas, mover la cabeza asombrado. Es mejor que el lector lo descubra por sí mismo…”.
Artículo escrito por Miriam Barroeta.